"Éste es un libro de avanzada. Tremendamente innovador. Se plantea el desafío de analizar la problemática de los territorios indígenas dejando de lado ideas que hoy en día se han vuelto parte del sentido común. Se aparta de los caminos trillados. Y se atreve a poner de cabeza la problemática de la territorialidad indígena de modo de poder enfocarla desde una perspectiva totalmente nueva".
Así se inicia el prólogo escrito por Fernando Santos Granero, del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, quién destaca el singular aporte de la última publicación del Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) escrito por Pedro García Hierro y Alberto Chirif.
Muy pronto el libro estará en las principales librerías de Lima, Perú. Pedidos de otros países al correo: iwgia@iwgia.org
Marcando Territorio
Prólogo
Por Fernando Santos Granero, Smithsonian Tropical Research Institute
"Éste es un libro de avanzada. Tremendamente innovador. Se plantea el desafío de analizar la problemática de los territorios indígenas dejando de lado ideas que hoy en día se han vuelto parte del sentido común. Se aparta de los caminos trillados. Y se atreve a poner de cabeza la problemática de la territorialidad indígena de modo de poder enfocarla desde una perspectiva totalmente nueva".
Esto es particularmente meritorio por cuanto sus autores han sido, en gran medida, quienes, treinta y cinco años atrás, comenzaron a dar forma a la noción de que el futuro de los pueblos indígenas amazónicos pasaba por asegurar la propiedad de sus territorios. Ésta era la única manera de que tuvieran acceso a los recursos necesarios para garantizar su subsistencia y, de este modo, preservar su particular modo de vida y prácticas culturales. Esforzándose desde dentro del Estado por crear leyes que brindaran cobertura legal a las tierras indígenas, en el caso de Alberto Chirif, o utilizando estas leyes y el aparato jurídico existente para lograr la demarcación y titulación de un máximo de tierras indígenas, en el caso de Pedro García –y también de Chirif-, desde la década de 1970 los autores estuvieron entre los primeros en abogar por la noción de que el territorio era la encarnación de la economía, cultura y filosofía indígena. Y tenían razón. El territorio es –y esto es preciso remarcarlo- una pieza clave del modo de vida de los pueblos indígenas.
Hoy, sin embargo, los autores se replantean la problemática. Proponen hacer una semblanza de lo logrado, pero también una reflexión acerca de lo que parece no haber funcionado. De los problemas que aún aquejan a los pueblos indígenas amazónicos; problemas que ponen en cuestión su viabilidad y que los propios indígenas visualizan como los retos más importantes a los que deberán enfrentarse en el futuro inmediato. No es fácil hacer un alto a la acción a fin de reflexionar sobre el camino andado antes de decidir hacia donde seguir andando. Mucho menos fácil es repensar lo que uno ha venido haciendo de modo de visualizar nuevos caminos, cuando lo más sencillo es seguir andando por los caminos que uno conoce. Pedro García y Alberto Chirif han logrado con creces este objetivo y este libro –al igual que veintiséis años atrás su otro libro conjunto (con Richard Smith) El indígena y su territorio son uno solo- está llamado a convertirse en un nuevo referente para todos aquellos –indígenas, funcionarios, especialistas y políticos- involucrados en procesos de toma de decisión relativos a los territorios indígenas.
La principal conclusión a la que llegan los autores tiene dos caras. Por un lado, constatan que la lucha por los territorios indígenas ha sido sumamente exitosa. Ésta es la cara brillante. Las estadísticas lo demuestran. Los gobiernos de los países que comparten la cuenca amazónica han legalizado millones de hectáreas a los pueblos indígenas bajo diversas modalidades de propiedad. Las más de las veces estas titulaciones de tierras no han resultado de una iniciativa de los estados involucrados, sino que fueron el producto de una larga y ardua lucha de las propias organizaciones indígenas, las cuales a menudo han debido recurrir a organizaciones internacionales para cubrir los costos de demarcación que normalmente hubiera debido cubrir el Estado. Hoy en día las tierras de los pueblos indígenas de la mayor parte de los países amazónicos han sido tituladas y su derecho a éstas está a menudo reconocido en sus respectivas constituciones y amparado por un importante conjunto de leyes. No todas las tierras indígenas han sido tituladas. Ni todas las tierras tituladas gozan de idéntico grado de protección. Aún falta mucho por hacer en este campo. Y esto lo señalan claramente los autores. Pero los avances han sido enormes y los logros muy significativos.
Por otro lado, sin embargo, los autores advierten que ésta ha sido o puede convertirse en una victoria pírrica. La principal razón es que para poder obtener garantías legales sobre sus tierras los pueblos indígenas han debido ajustar sus particulares nociones de territorio a las muy específicas concepciones del derecho romanista que impera en la mayor parte de los países amazónicos. Ésta es la cara oscura del proceso. Como consecuencia de estos ajustes, en la actualidad los territorios indígenas se presentan como unidades fragmentadas, lo cual ha afectado los patrones tradicionales de uso de los recursos. Están dedicados mayormente a actividades mercantiles consideradas productivas por las autoridades, pero que contribuyen a la erosión de los suelos y la depredación de los recursos. Y son territorios sobre los cuales los indígenas tienen tan sólo un derecho parcial –únicamente sobre la superficie pero no sobre sus recursos- y a los cuales se superponen otras jurisdicciones administrativas –lo cual dificulta una adecuada gestión territorial.
En otras palabras, a fin de obtener títulos de propiedad sobre sus tierras, los pueblos indígenas han debido profundizar su proceso de integración a las sociedades nacionales de las que forman parte y a los mercados nacionales e internacionales que se interesan por sus recursos. Esta mayor integración política y económica ha afectado su capacidad para alimentarse y gestionar sus territorios de manera autónoma; capacidades que estos pueblos desarrollaron de manera notable durante milenios de interacción con su medio ambiente. Los autores concluyen que estos dos nuevos problemas -el de la soberanía alimentaria y la gobernanza territorial- amenazan con convertirse en los más grandes desafíos que los pueblos indígenas amazónicos deberán enfrentar en el siglo veintiuno. Combinados con una educación alienante que desvaloriza los elementos culturales propios y una economía cada vez más globalizada y seductora, estos problemas están incentivando la migración de los sectores indígenas más jóvenes hacia las ciudades. Éstas se presentan como las únicas alternativas de empleo, pero rara vez satisfacen las expectativas de los jóvenes emigrantes, quienes las más de las veces terminan engrosando el sector más pobre de los pobres.
Los autores despliegan esta historia de éxitos y fracasos de la lucha indígena por la tierra de una manera rigurosa y desapasionada, no por falta de pasión por el tema, que les sobra, sino por un afán de remitirse a los hechos más que a los adjetivos. Comienzan haciendo una revisión de los avances y retrocesos de este proceso en los diversos países de la Gran Amazonía (Capítulo 2); revisión basada, las más de las veces, en un conocimiento directo de la situación en dichos países, ya que ambos autores tienen amplia experiencia de trabajo en toda la cuenca. Esta visión comparativa y de conjunto –utilísima para aquellos interesados en la situación territorial de los indígenas amazónicos- sirve de marco para el examen más minucioso que hacen sobre el origen de las comunidades nativas en la amazonía peruana (Capítulo 3). Resultado de procesos de despojo territorial y reducción de las poblaciones indígenas desde tiempos coloniales, la creación de estas macro-comunidades ha tenido por consecuencia que las poblaciones indígenas hayan perdido control sobre sus territorios y dependan cada vez más de la asistencia estatal.
Sobre la base de este análisis, a la vez jurídico y socioeconómico, los autores develan la complejidad de la problemática territorial de los pueblos indígenas de la amazonía peruana a lo largo de los siguientes tres capítulos. En el Capítulo 4 hacen un detallado recuento de las diversas iniciativas de titulación de tierras indígenas, tanto públicas como privadas y presentan datos actualizados de los avances logrados en este campo desde la dación del DL 20653 de Comunidades Nativas en 1974. En el Capítulo 5 analizan la problemática de los territorios indígenas en su relación con las áreas naturales protegidas establecidas por el Estado peruano en las últimas décadas. Tras una excelente revisión de la situación de las diferentes categorías de áreas naturales protegidas, examinan los conflictos que han surgido entre éstas y las comunidades nativas, a pesar de que teóricamente ambas figuras son complementarias y podrían ser mutuamente beneficiosas. Finalmente, en el Capítulo 6 examinan las presiones que diversos agentes extractivistas –a menudo con el apoyo más o menos explícito del Estado- ejercen sobre los territorios indígenas. Poniendo énfasis en las actividades de madereros, petroleros y mineros, este capítulo constituye una muy seria advertencia acerca de la amenaza que estas actividades suponen para el mantenimiento y reproducción de los territorios indígenas.
Los autores, sin embargo, no se quedan en la fácil denuncia de los agentes externos. Esta actitud, frecuente entre aquellos que defienden los derechos indígenas y acompañan sus procesos de lucha, está ampliamente justificada dada la fuerte responsabilidad que estos agentes han tenido en el despojo de las tierras indígenas o de sus recursos. Sin embargo, ella a menudo enmascara el hecho de que también existen factores internos que se conjuran para hacer aun más difícil la gobernanza en los territorios indígenas. Líderes locales con escasa formación y ambición desmedida que anteponen sus intereses personales a los del colectivo que representan y se dejan corromper por lo que ellos ven como una fortuna y para los corruptores no son más que migajas. Falta de control de los líderes por parte de los miembros de las comunidades. Conflictos internos que ya no pueden ser resueltos mediante el alejamiento de uno de los grupos en pugna y fermentan hasta causar graves resquebrajamientos sociales y eventualmente la ruptura de las comunidades. Colectivos comunitarios encandilados por el discurso modernizador del Estado y la oferta, diversa y aparentemente infinita, de bienes del mercado, que acaban entregando todos sus recursos a cambio de una cancha de fútbol o calaminas para techar sus casas o un motor fuera de borda. Líderes regionales y nacionales que se dejan seducir por los discursos y las dinámicas de los organismos de cooperación multilateral, las grandes financieras y las ONG nacionales y terminan distanciándose de los problemas de su gente, para quienes son poco menos que desconocidos. Jóvenes distanciados de sus mayores por una brecha generacional y divorciados de su realidad por una educación muchas veces alienante, quienes con su desprecio por lo típico aceleran los procesos de descomposición social. Cierto que estos problemas tienen su origen, o están vinculados en parte, a factores externos, pero no pueden ser achacados enteramente a dichos factores. Existe una responsabilidad personal o colectiva que no puede ni debe ser soslayada. Son opciones y los pueblos indígenas deben tomar conciencia que las decisiones que tomen ahora afectarán de una manera determinante el futuro de sus descendientes. Para bien o para mal.
Ante un panorama tan desolador se esperaría que los autores se mostraran sombríos en cuanto al futuro de los pueblos indígenas amazónicos. Y, sin embargo, nada más lejos de la verdad. Lejos de caer en el pesimismo, Chirif y García terminan con una nota de optimismo. En otros, con menos experiencia en el campo de la lucha indígena, dicho optimismo podría sonar un tanto hueco. O falso. Una nota esperanzadora para persuadirse a sí mismos y a nosotros, los lectores, de que la lucha vale la pena, aun si en su fuero interno tengan dudas. En su caso, sin embargo, este optimismo les viene de un profundo conocimiento del movimiento indígena, no sólo peruano, sino también de Latinoamérica. Una experiencia que les ha permitido constatar la enorme fuerza y flexibilidad de los pueblos indígenas. Su capacidad para adaptarse a situaciones extremas y sobrevivir, no sólo como individuos sino, sobre todo, como pueblos. Los indígenas amazónicos, que muchos perciben como primitivos anclados en el pasado y prisioneros de sus tradiciones, son todo lo contrario. Pueblos enormemente creativos, que han sabido cambiar y reinventarse cuando las circunstancias así lo requerían. Pero también enormemente obstinados, particularmente en cuatro aspectos, íntimamente vinculados: su pasión por la autonomía personal, su defensa de la igualdad social, su respeto por todos los seres dotados de espíritu y su rechazo a cualquier forma de poder autoritario.
Éstos son los pilares del modo de ser indígena. Pilares conceptuales –religiosos y filosóficos si se quiere- que encuentran expresión en las concepciones indígenas del territorio y de cómo éstos deben usarse. Yo quisiera ser incluso más optimista que los autores –basado en otro tipo de experiencia, el de mis estudios históricos- y sugerir que aun aquellos indígenas que por las razones que fueran –presiones externas u opciones personales- dejan de vivir en un territorio indígena no están necesariamente condenados a dejar de ser indígenas. Ser indígena es una forma de ser no una forma de estar. La relación con un determinado territorio es una pieza importante de esa forma de ser. Pero es un soporte, no la forma de ser en sí misma. En la actualidad se están dando importantes procesos de desterritorialización por los cuales muchos indígenas abandonan sus tierras de origen para ir a vivir a la ciudad. Chirif y García son conscientes de estos procesos. Y a pesar que señalan que los que se van rara vez vuelven y pocas veces contribuyen con recursos financieros, conocimientos o experiencias al bienestar de los que se quedan, sugieren estos procesos no tienen por qué ser necesariamente negativos.
Concuerdo con esta posición. Tal vez en este siglo veintiuno, signado por nuevas y agresivas formas de globalización, estamos a punto de presenciar el surgimiento de nuevas maneras, no de ser indígena, sino de estar indígena. El ejemplo de los Kuna así lo sugiere. En la actualidad, de los 47,000 Kuna que existen en Panamá, 40,000 viven en Kuna Yala, la Comarca Kuna, el amplio territorio, continuo y autónomo, que este pueblo tiene en el litoral caribeño desde 1927, mientras que aproximadamente 7,000 viven en los barrios periféricos de las ciudades de Panamá y Colón. Estos emigrantes siguen vinculados a sus pueblos de origen, mantienen derechos sobre sus recursos y retornan con frecuencia, aunque sólo temporalmente, a sus lugares de origen a fin de visitar a parientes y amigos o a participar en importantes ceremonias colectivas. Siguen eligiendo a sus autoridades, aportando recursos para la realización de actividades colectivas y acatando los acuerdos de los congresos locales y del Congreso General Kuna. Con frecuencia viven concentrados en barrios entera o mayoritariamente Kuna y reproducen en su nuevo ámbito muchas de sus prácticas culturales. Viven del comercio y los servicios. Y sus hijos van a la secundaria y la universidad. Es difícil predecir lo que va a pasar con el tiempo. Pero por el momento estos Kuna urbanos siguen adhiriéndose a un modo de ser indígena.
Tal vez los emigrantes indígenas que vemos en otras partes de la América tropical, indígenas que abandonan sus territorios para probar suerte en la ciudad, sean la punta de lanza de un nuevo tipo de entidad y territorialidad indígena: la de los barrios indígenas en urbes de mediano y gran tamaño. Esto parece ser lo que está sucediendo en el Perú en ciudades como Iquitos y Pucallpa. Estoy seguro de que aun en medio de un entorno que les es hostil, los indígenas urbanos desterritorializados y reterritorializados sabrán encontrar la manera de mantener y reproducir su particular modo de vida y forma de ver el mundo. Sus territorios de origen seguirán siendo un importante referente identitario. Pero en su nuevo ámbito de vida desarrollarán nuevas identidades, más específicas, que no por diferentes serán menos indígenas. Si esto es así, en el futuro cercano la lucha habrá de darse en dos frentes: en el de los indígenas rurales y en el de los indígenas urbanos. En los territorios indígenas tradicionales y en los nuevos territorios indígenas: los barrios peri-urbanos. La lucha por la tierra continuará siendo, sin embargo, un eje central del movimiento indígena amazónico. Este libro constituye un referente obligatorio para entender dicha lucha, abre nuevas perspectivas sobre el problema e invita a reflexionar sobre los grandes desafíos que deberán enfrentar los pueblos indígenas en las próximas décadas.
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