
Servindi, 28 de agosto, 2022.- En esta ocasión compartimos dos pequeñas crónicas de nuestro colaborador José Luis Aliaga Pereira y que muy bien podrían denominarse "Celebración Espiritual", pues exaltan el festejo que muchas veces celebramos en nuestro interior o con las personas con las que compartimos momentos hondos, sencillos, pero significativos.
Ambos relatos son un testimonio de la celebración de momentos importantes que nos regocijan de felicidad, alegría, amor y esperanza. Son pequeñas, pero enormes reflexiones que alegran y regocijan el alma.
La niñez de los adultos
Por José Luis Aliaga Pereira
No me sorprendió lo que pasó aquel día, luego de estar con nuestros hermanos de la comunidad El Lirio, arriba, en el distrito de Huasmín. Desde que comenzaron a reír inmediatamente aparecieron las imágenes de aquella vez en Oxamarca. Contextos diferentes, reacciones idénticas. Los conozco a todos. He conversado con cada uno. No fueron los niños más felices del mundo, pero la pasaron bien en está etapa de su vida que la recuerdan con alegría y felicidad.
Reí junto a ellos hasta el llanto; los músculos de mi cuerpo gozaron, igual que el de ellos, de un relajo que lo sentí desde la cabeza hasta los pies. Fue como si hubiera asistido a una terapia y te sacaran shucaque general. Las noches de esos días dormí mejor que un ángel subido al cielo, después de cumplir una sagrada misión.
Aquella vez nos sentamos alrededor de una pequeña mesa, saludando, atentos, a la señora que atendía la bodega; ella, como si supiera a lo que veníamos, como si no fuera la primera vez, nos alcanzó un juego de naipes. Empezamos a jugar entre bromas, risas y peleas. Eramos niños de verdad. Pensé que íbamos a rechazar las cartas o jugar una partida de poker. No fue así. Luego de los naipes llegaron dos platos de quesillo con miel de caña.
— El que tumba la pirámide, paga —dijo Melitón.
Y comenzamos a jugar.
Fue la torre de naipes más alta que había visto en mi vida.
— Que nadie la toque —advirtió Lipa, abandonando por un momento la mesa para dirigirse a los servicios higiénicos, sin dejar de mirar las cartas que una sobre otra, había armado con envidiable paciencia.
Cuando regresó nos miró a las caras con sonrisa maliciosa, quería adivinar, en nuestra expresión, si habíamos movido alguna carta para, al volver al juego, un pequeño roce derribe la torre.
Y así la pasamos toda la mañana. Aquel día se detuvo el mundo. Fue una mañana hecha solo para nosotros, para el niño interior que todos guardamos dentro y que siempre corre como un río que baja de un manantial, alegre y cantarín.
En esa oportunidad que me tocó vivir, regresábamos de una faena delicada y seria: ¡exigir justicia en el puesto policial de Oxamarca!. Habían detenido a un compañero y, felizmente, todo salió bien. Hoy, retornamos de unas charlas no menos serias, que trataban de la defensa de defensores del agua, de la vida. La comunidad quedó muy contenta y la contentura de nuestros hermanos, contentaba también nuestro espíritu. Jugamos y reímos toda la noche. No fueron naipes ni los anteriores protagonistas; pero fue igual lo que vi y sentí: salió a flote, otra vez, ¡alegre y feliz, la niñez que los adultos guardan en algún recoveco de su alma.
Al pensar en la noche de aquel día, imagino a mi ángel de la guarda durmiendo contento, descansando, al fin, replicando mi cara, como la orgullosa sonrisa que pinta un campesino en su rostro, al terminar su faena.
En la chacra con Daniel Gil y su familia con el autor de estas crónicas.
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Con los llanques bien puestos
Tirado en el campo, cubriéndome el rostro de los rayos del sol con las hojas de un libro abierto, me encontraba un día en mi pueblo gozando de unas cortas vacaciones; cuando, hasta mis oídos, llegó un rumor quedo, muy quedo. Al principio sonó como música e, inconscientemente, disfruté del placer de escucharla. Luego fui cayendo en cuenta de que aquello no era ninguna maravilla. Alcé los ojos: al otro lado del campo, tras un cerco de pencas, un par de vacas, poco a poco, se habían acercado, sin ruido, a tres metros de mi lado. Parecía que arrancaban la hierba con sólo los belfos y, esos sonidos algo discordantes, se fundían en un todo único.
Con mis cincuenta años a cuestas, y como nunca en mi vida en el campo, esos sonidos me produjeron una sensación profunda que no se compara con ninguna otra.
— ¿Por qué? —me pregunté—. ¿Por qué escuché algo que era tan normal, como música encantadora? Pero, claro! —me respondí—. ¿Cómo no, alguien que nació y creció en el campo y que además de saborear la leche recién ordeñada por sus propias manos, vivió las veinticuatro horas del día entre animales habiendo ayudado, incluso, a parir a muchos y acariciado a sus crías con igual amor como lo hacían ellos; cómo no podía percibir de veras como música este delicioso momento?
Un campesino capta lo bello de la naturaleza de modo distinto, más pleno, que el simple observador, aun el mejor preparado desde el punto de vista estético o el más dotado de sensibilidad. El labrador o labradora no percibe estas sensaciones a cierta distancia ni desde arriba, sino en su interior sintiéndose consciente o inconscientemente orgulloso y feliz de ser coautor o coautora de tal belleza...
¿Quién, con los llanques bien puestos, sumergidos en la tierra, sosteniendo el arado, con el pecho erguido de vigor y libertad, con los ojos que ven el futuro verdor del sembrío; quién puede percibir mejor que el propio sembrador o sembradora la belleza de su faena?
Recuerdo a menudo los tiempos en que percibíamos todo con una lozanía absorbente, sin igual, infantil todavía, pero ya madura por su profundidad, con cuyo hálito sólo podemos reconfortarnos de cuando en cuando, como ahora me ha tocado gozar de esta percepción que agita mi alma.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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