
Una breve opinión sobre el aura virreinal y aristocrática con que se dio la “boda real” que tuvo lugar en Lima el último fin de semana. La exuberante cobertura al matrimonio de Alessandra de Osma con Cristián de Hanover puso en evidencia la aspiración huachafa y la nostalgia colonial que aún aqueja a parte de la población peruana.
Por José Carlos Díaz*
Servindi, 19 de marzo, 2018.- El último fin de semana el Centro Histórico de Lima fue escenario de un matrimonio que tuvo como protagonistas a la abogada peruana Alessandra de Osma y a uno de los tantos príncipes alemanes lejanamente vinculados a la Corona Británica, Cristián de Hanover. La exuberante cobertura de los medios y las concesiones ofrecidas por las autoridades locales para este evento dejaron espacio para varias interpretaciones.
Por un lado, la sola calificación de “boda real” que la mayoría de medios dio a este matrimonio, sumado a la amplia cobertura del casamiento de dos personajes que jamás han tenido trascendencia en la vida pública peruana, puso en evidencia un viejo gusto peruano por el barroquismo aristocrático, cuando no propiamente virreinal.
A eso se le debe sumar que, lejos de tratarlos como ciudadanos regulares, las autoridades les permitieron cerrar algunas calles del Centro Histórico de Lima, un privilegio difícil de imaginar para el heredero de alguna panaca real incaica como sería cualquier Yupanqui o Cápac.
De esta manera el matrimonio pudo desenvolverse en la Basílica de San Pedro, la Casa Berckemeyer y el Club Nacional. Sin duda alguna que estos espacios hayan sido los escogidos por el matrimonio es bastante alegórico de la vena monárquica, virreinal y aristocrática que los vertebra. A eso se le debe sumar, claro está, que la pareja refleja genotípicamente la clásica aspiración racial de la aristocracia limeña. Un punto más para convertir a la “boda real” en un acontecimiento.
Una primera interpretación del aura con que se revistió a este matrimonio sería la de reafirmar el viejo impulso peruano por solemnizar todo resabio de la colonia. Tras el fin de la denominada “república aristocrática” a inicios del siglo XX, con claros defectos el Perú se encaminó hacia el desarrollo de una nación mestiza que generó poca empatía con los herederos de encomiados apellidos y costumbres virreinales (Ejemplo: Los de Osma).
La vieja construcción del sentido de “decencia limeña”, un concepto que pendula entre el ser blanco, tener un refinamiento castizo y ningún vínculo con los Andes; se vio potenciado por los medios de comunicación este último fin de semana. Esto puede ser entendido como un buen reflejo de lo lejos que estamos de acortar las brechas sociales establecidas por los prejuicios, pues en pleno siglo XXI los estereotipos sociales siguen siendo alimentados en Perú.
Una prueba tangible de este afecto “nostálgico colonial” fue la publicación que hiciera la revista Caretas en sus redes sociales donde, como parte de un recuento de los asistentes al matrimonio, hizo hincapié en su condición de “personalidades aristocráticas”. Un síntoma claro de la aspiración sociocultural que derramó esta “boda real” el último fin de semana por todo el Damero de Pizarro.
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* Periodista y doctorando de Estudios Culturales y Literatura en Rutgers University (Nueva Jersey).