
Un artículo de Gideon Lichfield, editor en jefe de MIT Technology Review, nos advierte que el distanciamiento social llegó para quedarse más que un par de semanas. Transformará nuestra forma de vida, de algunas maneras para siempre.
No vamos a volver a la normalidad
Por Gideon Lichfield*
Medium.com, 19 de marzo, 2020.- El distanciamiento social llegó para quedarse más que un par de semanas. Transformará nuestra forma de vida, de algunas maneras para siempre.
Para detener el coronavirus, necesitamos cambiar de manera radical casi todo lo que hacemos: cómo trabajamos, nos ejercitamos, socializamos, compramos, manejamos nuestro sistema de salud, educamos a nuestros hijos y cuidamos de nuestras familias.
Todos queremos que las cosas vuelvan a la normalidad lo más rapido posible. Pero lo que la mayoría de nosotros probablemente no hemos entendido todavía — aunque lo haremos pronto — es que las cosas no volverán a normalidad después de algunas semanas, o si quiera algunos meses. Algunas cosas nunca.
Ya existe consenso (incluso, por fin, en Inglaterra) sobre que cada país necesita “aplanar la curva”: imponer distanciamiento social para reducir la velocidad de contagio del virus, de manera que el número de personas enfermas a la vez no lleve al colapso del sistema de salud, como amenaza con suceder ahora en Italia. Esto significa que la pandemia necesita llegar, a un nivel bajo, hasta que o suficientes personas hayan sido infectadas con Covid-19 y la mayoría sea inmune (asumiendo que la inmunidad dure por años, algo que no sabemos) o se desarrolle una vacuna.
¿Cuánto podría tomar esto y qué tan draconianas deben ser las restricciones sociales? Ayer el presidente Donald Trump anunció nuevos lineamientos, como la necesidad de que las reuniones sociales tengan un límite de máximo 10 personas,afirmando que “con varias semanas de atención enfocada, podemos dejar esto atrás y dejarlo atrás rápidamente”. En China, después de seis semanas de cuarentena las medidas están comenzando a relajarse ahora que el índice de casos nuevos es cada vez menor.
Pero esto no terminará allí. Mientras que alguien en el mundo tenga el virus, los brotes podrán y seguirá sucediendo sin que existan controles capaces de contenerlos. En un informe publicado ayer (pdf), los investigadores de Imperial College London, propusieron una forma de hacerlo: imponer medidas de distanciamiento social más extremas cada vez que los ingresos de pacientes a unidades de cuidados intensivos (UCI) comiencen a aumentar, y relajarlas cada vez que los ingresos se reduzcan. Así es como esto se ve en un gráfico:
La línea anaranjada son los ingresos a UCI. Cada vez que suben por encima de un umbral — digamos, 100 por semana — , el país tendría que cerrar todas las escuelas y la mayoría de universidades y adoptar el distanciamiento social. Cuando caen por debajo de 50, las medidas se levantarían, pero las personas con síntomas o cuyos familiares tengan síntomas tendrían que permanecer en casa.
¿Qué califica como “distanciamiento social”? Los investigadores lo definen como “Todos los hogares reducen el contacto por fuera del hogar, el colegio o el lugar de trabajo en 75%”. Esto no significa que puedes salir con tus amigos una vez por semana en lugar de cuatro. Significa que todos hacen todo lo que puedan por minimizar el contacto social, y en general, el número de contactos cae en 75%.
Bajo este modelo, concluyen los investigadores, el distanciamiento social y los cierres de escuelas tendrían que entrar en efecto dos tercios del tiempo — aproximadamente dos meses sí y un mes no — hasta que una vacuna sea desarrollada, lo que tomará por lo menos 18 meses (si es que logramos finalmente desarrollarla). Señalan que los resultados son “cualitativamente similares para los Estados Unidos”.
¿¡18 meses?! Sin duda deben haber otras soluciones. ¿Por qué no simplemente construir más UCI y tratar a más personas a la vez, por ejemplo?
Bueno, en el modelo de los investigadores, eso no solucionaba el problema. Sin distanciamiento social de toda la población, incluso la mejor estrategia de mitigación — que implica aislar o poner en cuarentena a los adultos mayores, los enfermos y aquellos que podrían haber sido expuestos, además del cierre de escuelas — todavía llevaría a un aumento de las personas críticamente enfermas ocho veces mayor que lo que el sistema americano o británico pueden manejar. (Esa es la curva azul y más baja del gráfico a continuación; la línea roja recta es el número actual de camas de UCI). Incluso si pones a las fábricas a producir masivamente camas y respiradores y todas las demás instalaciones y suministros que se necesitan, todavía necesitarías muchos más doctores y enfermeras para cuidar a todo el mundo.
El eje horizontal son “camas de cuidado crítico ocupadas por cada 100,000 personas”. La curva negra es “hacer nada”, la marrón “aislamiento por casos”, la amarilla “aislamiento por casos y cuarentena doméstica”, la verde “cierre de escuelas y universidades” y la azul “aislamiento por casos, cuarentena doméstica, distanciamiento social de mayores de setenta años”. En todos los casos, el Covid-19 satura el sistema.
¿Qué hay de imponer restricciones por un solo periodo de cinco meses aproximadamente? No sirve de nada — una vez que las medidas terminan, la pandemia comienza de nuevo — solo que esta vez es en invierno, el peor momento para un sistema de salud que ya está completamente sobrecargado.
Si distanciamiento social y otras medidas se imponen por cinco meses y luego se cancelan, la pandemia regresa.
Y qué si decidiésemos ser brutales: ¿qué sucedería si ponemos el umbral de admisiones a UCI que reactiva el distanciamiento social mucho más alto, aceptando que muchos más pacientes morirán? Pues resulta que hace poca diferencia. Incluso en el escenario menos restrictivo del Imperial College, estamos encerrados más de la mitad del tiempo.
Esta no es una disrupción temporal. Es el comienzo de una forma completamente nueva de vida.
Vivir en un estado de pandemia
En el corto plazo, esto será increíblemente dañino para los negocios que dependen de que las personas se reúnan en grandes números: restaurantes, cafés, bares, discotecas, gimnasios, hoteles, teatros, cines, galerías de arte, centrros comerciales, ferias de artesanías, museos, músicos y otros artistas, eventos deportivos (y equipos deportivos), salas de conferencias (y productores de conferencias), cruceros, aerolíneas, transporte público, escuelas privadas, centros de cuidado infantil. Esto sin decir nada sobre el estrés que sufren los padres al tener que educar en casa a sus hijos, las personas que intentan cuidar a sus parientes ancianos sin exponerlos al virus, quienes estén atrapadas en relaciones abusivas, y cualquiera que no tenga un colchón económico que le permita lidiar con una fluctuación tan fuerte en sus ingresos.
Habrá adaptación, sin duda: los gimnasios podrían comenzar a vender equipo casero y sesiones de entrenamiento en línea, por ejemplo. Veremos una explosión de nuevos servicios en lo que ya ha sido llamada la “economía del aislamiento”. Uno incluso puede imaginar con esperanza la manera en que algunos hábitos cambiarán — menos viajes con emisiones de carbone, más cadenas de suministro local, más viajes a pie y en bicicleta.
Pero la afectación a muchos, muchísimos negocios y vidas será imposible de manejar. Y la vida en aislamiento simplemente no es sostenible por periodos tan largos.
¿Cómo podemos entonces vivir en este nuevo mundo? Parte de la respuesta — con suerte — implicará desarrollar mejores sistemas de salud, con unidades de respuesta a pandemias que puedan moverse con rapidez para identificar y contener brotes antes de que comiencen a expandirse, y la habilidad de aumentar rápidamente la producción de equipo médico, pruebas y drogas. Todo esto será muy tarde para detener al Covid-19, pero nos ayudarán con pandemias futuras.
En el corto plazo, probablemente asumiremos compromisos incómodos que nos permitan mantener la semblanza de una vida social. Quizá los cines retiren la mitad de sus asientos, las reuniones se hagan en cuartos más grandes con sillas más espaciadas, y los gimnasios requieran que reserves con anticipación para no llenarse de gente.
Finalmente, sin embargo, sospecho que recuperaremos la habilidad de socializar de manera segura desarrollando formas más sofisticadas de identificar quién es un riesgo de enfermedad y quién no, discriminando — legalmente — contra aquellos que lo sean.
Podemos ver atisbos de esto en las primeras medidas que algunos países están tomando hoy. Israel va a utilizra los datos de localización de teléfonos celulares con el que sus servicios de inteligencia rastrean actividad terrorista para rastrear a las personas que han estado en contacto con portadores conocidos del virus. Singapur ha puesto en práctica un rastreo de contacto exhaustiivo y publica información detallada sobre cada caso conocido, haciendo todo menos identificar a las personas con nombre.
I'm stunned by the depth of #coronavirus information being released in #Singapore. On this website you can see every known infection case, where the person lives and works, which hospital they got admitted to, and the network topology of carriers, all laid out on a time-series pic.twitter.com/wckG8KpPDE
— ® ¥ ¨ † å ® ø (@RyutaroUchiyama) March 2, 2020
(Estoy sorprendido por la profundidad de la información sobre el #coronavirus publicada por #Singapur. En esta página, puedes ver cada caso conocido, dónde trabaja y vive la persona, a qué hospital fueron admitidos, y la red de topología de los portadores, todo en una serie de tiempo)
No sabemos exactamente cómo se verá este nuevo futuro. Pero uno puede imaginar un mundo en el que, para subir a un vuelo, quizá tengas que suscribirte a un servicio que rastrea tus movimientos por teléfono. La aerolínea no podría ver a dónde has ido, pero sí recibiría una alerta si has estado cerca a personas infectadas o focos infecciosos conocidos. Habría requisitos similares en la puerta de ingreso a eventos masivos, edificios gubernamentales o estaciones de transporte público. Habrían chequeos de temperatura en todos lados, y tu trabajo podría exigir que uses un monitor que registre tu temperatura u otros signos vitales. Mientas las discotecas hoy te piden una prueba de que eres mayor de edad, en el futuro podrían pedirte una prueba de immunidad — una tarjeta de identidad o algún tipo de verificación digital en tu teléfono, que muestre que ya te has recuperado de o has sido vacunado contra las últimas cepas del virus.
Nos adaptaremos y aceptaremos dichas medidas, de la misma manera en que nos hemos adaptado a una seguridad cada vez más alta en los chequeos de los aeropuertos después de ataques terroristas. La vigilancia será considerada un pequeño precio a pagar por la libertad básica de estar con otras personas.
I had to travel earlier this month and this is how my movements were being tracked for the purpose of #COVID19 containment.
Follow @RadiiChina for more videos on #China! #coronavirus #COVID2019 pic.twitter.com/yHzdm7q6HF
— Carol Yin (@CarolYujiaYin) March 16, 2020
Como siempre, sin embargo, el verdadero precio recaerá sobre los más pobres y débiles. Las personas con menor acceso a salud, o quienes viven en zonas más propensas a las enfermedades, serán más excluidos de lugares y oportunidades que están abiertas para otros. Los trabajadores independientes — de conductores a plomeros a profesores de yoga — verán cómo sus trabajos se vuelven cada vez más precarios. Los inmigrantes, refugiados, indocumentados y ex presos enfrentarán tendrán incluso más obstáculos para propsperar.
Mas aun, a menos que se creen reglas estrictas sobre cómo evaluar el riesgo de enfermedad de una persona, los gobiernos o compañías podrían seguir cualquier criterio — podrías ser de alto riesgo si ganas menos de S/.50,000 al año, o si tienes una familia de más de seis integrantes, o si vives en ciertas partes del país, por ejemplo. Eso crea un margen para el sesgo algorítmico y la discriminación escondida, como sucedió el año pasado con un algoritmo utilizado por los aseguradores de salud norteamericanos que terminó favoreciendo a la población blanca.
El mundo ha cambiado muchas veces y está cambiando de nuevo. Todos nosotros tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vida, trabajo y de relacionarnos. Pero como con todo cambio, habrán quienes pierdan más que la mayoría, y serán los que ya han perdido demasiado incluso hoy. Lo mejor que podemos esperar es que la profundidad de esta crisis fuerce finalmente a los países — a los Estados Unidos, en particular — a solucionar las inmensas desigualdades sociales que hacen que enormes grupos de la población sean tan intensamente vulnerables.
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* Gideon Lichfield es el editor en jefe de MIT Technology Review. Su carrera periodística abarca desde escribir sobre ciencia hasta temas de América Latina, la ex Unión Soviética e Israel / Palestina. Ayudó a lanzar el medio digital de noticias Quartz, y se unió a TR en 2017. Mi misión es que sea la voz líder en tecnología emergente, sus impactos y las elecciones humanas que se encuentran detrás de ella.
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