
La promoción 2014-2019 del Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonía Peruana (Formabiap), que se ejecuta en convenio entre la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Amazonía Peruana (Aidesep), ha tomado el nombre del abogado español, peruano por nacionalización, Pedro García Hierro, Perico, recordado por el corazón que le puso a lo largo de su vida, a apoyar los derechos y las reivindicaciones de los pueblos indígenas. Que su ejemplo sirva para guiar el desempeño profesional de los jóvenes maestros que pronto iniciaran sus labores en las escuelas comunales.
Emilio Serrano, amigo entrañable de Perico, es el autor de estas líneas que fueron leídas durante la fiesta de graduación de los nuevos maestros.
Promoción de Formabiap rinde homenaje a Pedro García Hierro, Perico
Por Emilio Serrano
Hablemos un poco de Perico para conocerlo, aunque solo sea sobrevolando por su vida, como el cóndor amazónico cuando planea sobre el bosque para hacerse una idea del territorio que contempla desde arriba. Pocas personas de las que han venido desde lejos a la selva peruana merecen con tanta justicia como Pedro García Hierro que los nuevos educadores indígenas lleven su nombre en una promoción cuyo objetivo elemental es salvar y mantener viva y vital la identidad de sus pueblos y enseñar a los niños sus derechos para que, desde pequeños, tengan la conciencia de que deberán defenderlos, porque en ello les va su supervivencia colectiva, su futuro.
Recién casado, en marzo de 1971, con la edad que ahora tienen algunos y algunas de ustedes, cuando tal vez no habían nacido muchos de sus padres, Perico aterrizó en la tierra de los awajún para unirse a un grupo de jóvenes profesionales venidos de España con una intención clarísima: trabajar con los indígenas del Alto Marañón, servirlos y compartir sus vidas con ellos con un afán solidario y sin ningún interés económico. Formaron el grupo DAM (Desarrollo del Alto Marañón). Todos ellos y durante todo el tiempo de su permanencia en la selva trabajaron sin cobrar un sólo céntimo.
Perico era abogado de profesión antes de su llegada al Perú. También era especialista en cooperativas integradas por gente humilde en los barrios marginales de Madrid, la ciudad en que nació.
En el río Cenepa, donde residió en el seno de una comunidad indígena, en una vivienda modesta donde (al igual que los habitantes del caserío) nunca dispuso de agua corriente ni de energía eléctrica, descubrió y dejó conquistar su ánimo por los nativos de un pueblo fuerte, valiente, orgulloso, a veces conflictivo, difícil de convencer, pero que desde años atrás estaba sometido a los asaltos materiales y espirituales -y continuados- de los comerciantes, de la escuela alienante, de los misioneros aculturadores, de los militares violadores de sus derechos, de los colonos invasores en los extremos de su tierra ancestral y de las enfermedades procedentes del mundo exterior. El porvenir de los aguarunas, como el de tantos otros pueblos indígenas amazónicos que en los tiempos modernos han sufrido los contactos esporádicos o continuados con la sociedad nacional, era probablemente el de su desintegración social, el de la destrucción ambiental y el de la sumisión económica. Incluso el de su devastación sanitaria causada por las dolencias importadas y expandidas como epidemias. Desde la cuenca del río Cenepa en un principio y luego desde un área más amplia en el Alto Marañón, Perico y sus compañeros del DAM empeñaron sus esfuerzos juveniles en torcer el rumbo de la marcha hacia la descomposición, otorgando a los awajún capacidades de resistencia, en primer lugar, y luego de decisión sobre su presente y su futuro.
Estos fueron años decisivos en la vida de Pedro García Hierro, porque marcaron para siempre su existencia profesional y personal en la dirección infatigable de la lucha por los derechos de los pueblos originarios de la selva. Para resolver uno de los problemas fundamentales de los pobladores del valle del Cenepa, la relación inequitativa y muy injusta con la economía del mundo exterior, Perico impulsó la creación de una red de pequeñas cooperativas de consumo que abastecieron muchas necesidades básicas de las comunidades, eludiendo la abusiva intermediación de los comerciantes mestizos. Estas cooperativas auténticas, basadas en los hábitos de ayuda mutua de los awajún, tuvieron un doble efecto: solucionaron en buena medida y de una manera justa el problema crónico del consumo de productos básicos (para la caza, la pesca, el vestido, las herramientas de trabajo, etcétera) y demostraron que la unión de los indígenas en torno a una necesidad sentida por el común contribuía a satisfacerla.
A comienzo de los años 1970, las comunidades del Cenepa, como las de la nación aguaruna en general, eran por tradición pequeñas sociedades poco vinculadas con las demás del territorio, incluso con las aldeas vecinas. Los awajún de las distintas comunidades tenían conciencia de pertenecer a un mismo pueblo, pero no sentían razones de interés común que los motivaran a unirse para defenderse de las agresiones foráneas. La creación de un sistema cooperativo, solidario y eficiente para el consumo, y también para la producción y comercialización de cosechas y de la artesanía, derivó por lógica y por el trabajo de Perico en la fundación de una central cooperativa que agrupaba a las filiales menores, sin perder estas su autonomía de decisión, de gestión y de control. La experiencia se repitió en otras áreas del Alto Marañón, y la defensa en común del comercio más justo despejó una trocha difícil pero firme hacia las reclamaciones territoriales de los pueblos aguaruna y huambisa. Reclamaciones pacíficas y con fundamentos legales, basadas en la legislación internacional y en la peruana. Así es como sin perder su función comercial y solidaria, de la central cooperativa brota el Consejo Aguaruna Huambisa (CAH), impulsado, alentado y obra en buena medida de Perico, junto a un grupo de dirigentes indígenas. El CAH ha sido el embrión de Aidesep, la mayor organización indígena de la selva peruana, de la que Formabiap constituye su proyecto pedagógico para la formación de educadores.
La experiencia del Cenepa, y luego la del alto Marañón, colocó a Perico en el camino sin vuelta atrás de la defensa de los derechos de las comunidades indígenas, de los pueblos a las que pertenecen y también de los derechos individuales de personas concretas a quienes la ley del país trató injustamente, violando incluso sus propios principios, y a quienes Perico defendió como abogado ante las autoridades y los tribunales peruanos, casi siempre dispuestos a condenar por principio a los indígenas en cualquier pleito contra particulares e instituciones.
La gran vocación profesional y vital de Perico fue la aplicación efectiva del derecho fundamental de los pueblos amazónicos a poseer el territorio donde habitaban en el tiempo presente y donde habitaron sus antepasados. Sin territorio propio, los nativos de la selva nunca tendrían futuro. Perico entregó sus conocimientos, su experiencia y su vida a conseguir el reconocimiento legal por parte del Estado de la propiedad que tenían por derecho, y lo hizo usando la ley del Estado, su inteligencia y su capacidad para negociar, empleando a veces caminos torcidos cuando los caminos rectos y justos estaban cerrados. Durante su trabajo como asesor de Aidesep y como fundador y miembro activo de Racimos de Ungurahui, apoyó la legalización de la propiedad indígena sobre más de un millón de hectáreas en nuestra Amazonía. Entre ellas figura el reconocimiento y la titulación de las primeras comunidades kukamas del Perú, abriendo un proceso que aún no ha concluido. También, y con riesgo de perder la vida por atentados armados de los ganaderos invasores del territorio ancestral, consiguió la titulación de amplias zonas a nombre de los indígenas en la región atlántica de Nicaragua. Y en Venezuela participó en la legalización de la propiedad de miles de hectáreas para varias comunidades Warao del bajo Orinoco: esas fueron las primeras comunidades de tierra caliente reconocidas territorialmente como tales en ese país.
En los años del Cenepa se incubó la idea de territorio integral indígena, ahora tan en boga, con gobiernos indígenas dotados de capacidad de autogestión, con un espacio suficiente para vivir a la manera de los habitantes originarios de la selva, siempre que fuera posible, y -esto sí es crucial-, sin dejar vacantes terrenos no legalizados entre los territorios de las comunidades, o a la espalda de las comunidades, que pudieran utilizarse para la colonización o la depredación de los recursos naturales.
Perico ha sido formador de incontables dirigentes indígenas. Fue capacitador de las comunidades acerca de sus derechos territoriales y también educador recurrente sobre este tema de los jóvenes que cursan en el Formabiap. Ha sido impulsor de cambios en la legislación nacional en favor de los pueblos amazónicos, y es el autor -por sí solo o en colaboración- de abundantes publicaciones sobre los derechos indígenas: sus textos son entendibles, claros, amenos, educativos, y cargados de lógica, de justicia y de razón. Para los nuevos maestros tendrían que ser una guía de información y de formación.
Sin perder nunca su humildad y sin ceder en nada su altísima dignidad personal, fue reconocido internacionalmente por su defensa activa y permanente de los pueblos originarios de las tierras calientes americanas y fue invitado por las Naciones Unidas para hablar sobre los derechos indígenas en su sede central de Nueva York durante la Asamblea General de la organización, delante de dirigentes y representantes de muchos de los países del planeta, que lo escucharon con respeto.
Y además era un tipo extraordinariamente simpático, buen cantor, divertido, jaranero, muy culto, buen cocinero, entendido en cine, generoso, hospitalario hasta más no poder, amigo de sus amigos hasta el extremo, un futbolista voluntarioso pero maluco, excelente contador de historias. Si alguna vez tuvo algún enemigo, es porque merecía ser un enemigo de cualquiera de nosotros, de la buena gente, de la humanidad. Él no sabía ser rencoroso.
Hoy debería estar aquí para disfrutar con este gesto muy justo del Formabiap. Pero Perico murió antes de tiempo, mucho antes de tiempo. Murió en el país donde quiso vivir y donde se nacionalizó peruano.
Zungarococha (Loreto), 16 de agosto de 2019.
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— Servindi (@Servindi) November 2, 2016
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